El Perú se acerca a las elecciones del 2026 y, una vez más, aparece en escena un candidato que pretende vender humo bajo el disfraz de la izquierda “renovada”. Vicente Alanoca, proclamado por Nuevo Perú, ya está siendo promocionado como la esperanza de los descontentos. La realidad es que  representa lo mismo que ya vivimos con Pedro Castillo, con la diferencia de que ahora llega con más recursos, más alianzas oscuras y más respaldo de ONG’s.

No importa si Alanoca fuera limeño, trujillano o puneño. Su origen no cambia el problema de fondo, que es un proyecto político que busca enquistar a la izquierda radical en el poder y llevarnos directo al camino de Peruzuela. Es la misma receta de siempre, financiado con dineros que nunca se fiscalizan, protegido por organizaciones ideologizadas y respaldado por quienes quieren un Estado más grande, más controlador y más incapaz.

El Perú ya conoce lo que significan estas aventuras populistas: corrupción, improvisación y atraso. Alanoca no es distinto ni mejor, es la continuación de un modelo que fracasó en cada rincón donde se intentó imponer. Y lo más grave es que detrás de su figura hay coaliciones que tienen todo el dinero del mundo para inundar la campaña, mientras los verdaderos problemas del país siguen abandonados.

El cambio de ciclo que quieren los peruanos significa cortar de raíz la izquierda extrema que nos condene a repetir la misma historia de miseria. Debemos desterrar la política como negocio personal y apostar de verdad por un Estado que defienda a sus ciudadanos, no sus propios intereses corruptos.

El 2026 será decisivo. El Perú tiene que elegir entre seguir hundiéndose en el pantano de la izquierda radical, o levantar la cabeza y abrir la puerta a un nuevo rumbo, con líderes preparados, honestos y capaces de construir un país digno.

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