Mario Vizcarra, hermano del vacado y corrupto expresidente Martín “Lagarto” Vizcarra, confirmó lo que muchos ya sabíamos: su candidatura presidencial por Perú Primero no nace de convicción personal, sino de una obligación. En una entrevista, el propio aspirante reconoció que postula solo para “mantener con vida el proyecto” que fundó su hermano.

Un reconocimiento que desnuda una verdad incómoda y que ya conocemos de memoria. La vieja política peruana sigue girando en torno a los mismos apellidos, las mismas promesas y los mismos fracasos.

Pero lo más grave de todo fue su propuesta de indultar a todos los expresidentes presos, incluyendo a Alejandro Toledo, Pedro Castillo y Ollanta Humala. Ese discurso de “reconciliación” esconde lo que realmente representa: impunidad disfrazada de perdón y un respaldo de la mafia caviar que por décadas ha destruido nuestras instituciones.


Porque no se puede hablar de reconciliación mientras el país sigue pagando las consecuencias del robo, la corrupción y la incompetencia de quienes usaron el poder para enriquecerse.

Los Vizcarra simbolizan exactamente lo que el Perú necesita superar. El oportunismo, la manipulación y el cinismo de quienes se aferran a la política solo para salvarse entre ellos.


No hay reconciliación posible con la corrupción. No hay unidad sin justicia. El cambio de ciclo exige mirar hacia adelante, con nuevos líderes, nuevas ideas y manos limpias. Y dejar atrás, de una vez por todas las redes caviares enquistadas en los diferentes poderes del Estado.


Porque mientras los corruptos de siempre intentan volver al poder con discursos vacíos, el Perú real – que trabaja, que sufre, y que sueña con un país decente – ya tomó su decisión de nunca más elegir los mismos rostros del fracaso.

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