
El Perú vuelve a vivir el mismo guion de siempre. Los mismos rostros, los mismos discursos, la misma ambición.
El Lagarto Martín Vizcarra, símbolo de la traición, la hipocresía y el doble discurso, quiere inscribirse en la plancha presidencial de su propio partido, Perú Primero, a pesar de estar inhabilitado tres veces por casos de corrupción y mentiras al país.
El corrupto exmandatario, hoy procesado e investigado, intenta regresar al poder como candidato a la Primera Vicepresidencia, acompañado de su hermano Mario Vizcarra, en una movida que huele a desesperación política.
Su plan depende ahora de un “salvavidas” de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), a la que ha recurrido para pedir una medida cautelar que suspenda sus sanciones y le permita volver a postular.
Mientras tanto, el aparato ideologizado que lo protege, ONGs, medios caviares y grupos de poder disfrazados de defensores de la democracia, aplaude su regreso como si no tuviera prontuario.
El mismo Vizcarra que mintió sobre sus vacunas secretas, que destruyó la economía con cuarentenas políticas y que hundió al país en la parálisis más grande de su historia, ahora quiere volver al Estado para “salvarlo”.
Y lo hace con el apoyo de las instituciones internacionales que, en vez de defender la justicia peruana, blindan a los corruptos de cuello blanco, imponiendo su agenda ideológica por encima de la soberanía nacional.
Así, mientras la Corte IDH se prepara para resolver su caso, el lagarto político se arrastra de nuevo hacia la escena electoral, buscando una nueva oportunidad para morder el poder.
El Perú necesita cerrar este ciclo de impunidad. Porque cada vez que un Vizcarra, un Toledo o un Castillo vuelve a hablar de “honestidad” o “democracia”, el país retrocede diez años más.
Las próximas elecciones del abril de 2026 no pueden ser otra farsa protagonizada por los mismos corruptos de siempre. Es hora de mirar hacia adelante, de elegir sin prontuarios, sin escudos ideológicos y sin lobos disfrazados de demócratas.