El caso de Lucinda Vásquez, congresista de Perú Libre y exdirigente sindical cercana a Pedro Castillo, es el reflejo más claro de lo que realmente es el comunismo.

Las imágenes difundidas por Cuarto Poder son el retrato de ese descaro. Vásquez, dentro de su despacho del Congreso, recibiendo un pedicure de su propio asesor y sobrino-nieto, mientras hablaba por teléfono y descansaba en un sofá.
Un acto indignante no solo por la falta de respeto a la institución, sino porque simboliza la confianza total en la impunidad.

Pero el pedicure en el Congreso es solo la punta del iceberg. La legisladora acumula denuncias por tráfico de influencias, nepotismo, cobros indebidos y uso de recursos públicos, además de tener familiares trabajando en su despacho y un hijo que visita el Parlamento como si fuera su oficina privada.

Lo que alguna vez se presentó como un movimiento del pueblo, terminó convertido en una caricatura del poder, donde los recursos públicos sirven para el beneficio personal y no para el país.

Lucinda Vásquez fue parte del círculo íntimo de Pedro Castillo, visitó la famosa casa de Sarratea y se benefició de ese poder que se decía “del pueblo”. Hoy, su nombre encarna todo lo contrario, una clase política que se sirve del Estado en vez de servirlo.

Estos son los políticos que prometieron defender a los humildes y terminaron riéndose de ellos. Los que hablaban de moral y justicia, pero viven de la trampa, el favor y el descaro.

El Congreso no necesita más Lucindas Vásquez ni más Castillos, necesita peruanos decentes, sin prontuario, sin privilegios, que trabajen por la gente y no por sus uñas. La verdadera lucha del Perú no está en los discursos de izquierda o derecha, sino en erradicar a los que usan el poder para humillar al país.

La elecciones del 2026 es la oportunidad para sacar a todas las Lucindas del poder. Debemos elegir personas honestas y sin historial político para que podamos, de una vez por todas, generar el cambio de ciclo que tanto necesita la política peruana. 

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